viernes, 13 de febrero de 2015

El jarrón



Clareaba el día… la vieja casa de piedra cobraba otro color con la luz de la mañana. Empezó a recorrer las habitaciones, esas que hacía tiempo nadie habitaba. Debía ordenar, airear, sacudir las mantas… a pesar de ese aspecto exterior de casa vieja y antigua, de gruesas paredes albeadas de blanco roto por la inclemencia del tiempo… tenía sus adelantos: Agua corriente, luz, línea telefónica… quería ponerla a punto para pasar allí unos días. Una vieja casona familiar perdida en mitad de la nada, hacia ningún camino conocido… eso era lo que necesitaba ahora para olvidar… para olvidar…

De repente entro en la viaja sala de estar y al ver el jarrón allí vacío, las flores marchitas repartidas por la ventana, la suciedad del cristal por el que se colaban los primeros rayos de luz… aquellas telas de arañas sobre tallos ajados, secos… aquella imagen, bella, romántica… la hizo llorar, llorar desconsoladamente y lloró todo aquello que antes no había podido llorar.
Foto cedida por : Esther González González

Ese jarrón era como su vida… esas hojas de flores marchitas su juventud perdida, los tallos ajados y llenos de telas de araña eran ahora su maldita memoria… y debía dejar de llorar, debía sustituir las flores por otras nuevas, sacudir las hojas muertas…

Lloró todas las lágrimas del océano, limpió, aireó, lavó, dejó la casa como nueva… llenó el jarrón de flores nuevas.

La forja del exterior le dio fuerza, el color verde de la nueva ventana ahora de hierro en lugar de la vieja madera, le dio valor para secar el llanto y empezar a olvidar.

Pero al marcharse olvidó tirarlas, las dejó allí… y entonces cuando estaba lejos recordó que la próxima vez que volviera se encontraría las flores marchitas sobre la ventana… los tallos ajados llenos de telas de araña… el cristal sucio, el jarrón triste y solo… y ese abandono la haría volver a llorar… a llorar todo lo que no hubiera llorado.

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