Detesto dormir con la puerta cerrada, como
digo yo, ya habrá un día en el que me encierren en cuatro cajones de los que
jamás volveré a salir viva... jajajja.
Cuando queremos dejar algo o a alguien atrás
siempre decimos eso de que hay que cerrar puertas… Nunca aprendí a hacerlo, o
quizá es que nunca he querido. Nunca se dejan las cosas atrás, que cierres la
puerta no te protege de los monstruos, ni de los ladrones, ni de cualquier otro
terror de esos que puedan afectarnos. ¿Qué otorga intimidad? puede, pero la intimidad
es ya algo tan relativo… Que cierres la puerta no significa que las cosas o las
personas dejen de existir… siguen ahí y en cuanto la abras volverás a verlas,
vivirlas, sentirlas…
No me gusta la palabra nunca… anoche estuve
en una charla literaria ofrecida por el escritor Juan Carlos de Sancho y
Antonio Ramírez, escritor y director de la casa museo Juan Ramón Jiménez de
Moguer en Huelva. Juan Carlos, escritor al que estimo, decía anoche en su
participación en la Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria, que
debemos cambiar las palabras e inventar nuevas si es preciso. Habló de la palabra
compartir, compartir en el más amplio de los sentidos, compartir el éxito, el
fracaso, lo bueno y lo malo de la gente. Por esa charla me ha venido a la mente
que detesto la palabra nunca… hay personas que detestan la palabra imposible,
pero para mí nunca, es la más fea, incluso más que la de soledad. Yo prefiero
hablar de siempre… en lugar de decir nunca podré olvidarte, decir siempre te
recordaré; en vez de nunca volveré a verte, siempre esperaré volverte a
encontrar, nunca haré esto o lo otro, por siempre podré intentarlo…
La palabra siempre conlleva esperanza,
interrogantes, futuro… nunca es tajante, cerrada, intolerante… por eso la
detesto. Por eso detesto las puertas cerradas, las vallas, las fronteras, los
límites al corazón, los límites a la felicidad… porque siempre, siempre hay
soluciones, siempre hay salidas, siempre hay arreglos, siempre hay
negociaciones que pueden abrir las puertas cerradas. Con esa premisa reivindico
la palabra siempre, la esperanza dibujada en mi alma, siempre, siempre, siempre.
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