Él nunca la creyó. Le juraba que cada vez que le daba una palabra nueva su estómago se llenaba de mariposas. Le gustaba aprender cosas nuevas, coleccionar palabras y cuando éstas eran de amor, le decía que cualquier día levitaría. Pero él nunca la creyó. Y siguió regalándole palabras. Las orugas campaban a sus anchas dentro de ella, estaban agazapadas esperando el momento preciso para convertirse en hermosas mariposas y revolotear. Sus alas batían con cada sentimiento. Él nunca la creyó. El cosquilleo de las patitas caminando una tras otra, en fila, pugnando por salir volando, la aturdían. Ya no sólo eran palabras, era una simple sonrisa, un comentario jocoso, un hilarante cuento… y ni qué decir de un roce de almas al chocar y titilar con las risas. Él nunca la creyó. Sin embargo uno de esos días en que ella harta de hacerse escuchar y acostumbrada al aleteo constante de sus mariposas… salieron de él… fue él quien levitó y las mariposas una a una la rodearon mientras él volaba bien alto.
Precioso, Mayte, muy mágico, me encantó. Te felicito, tenés un gran poder de síntesis. Abrazos
ResponderEliminarHermoso!!!
ResponderEliminarHay que joderse... Mi vida en un párrafo.
ResponderEliminarGracias Carlos, siento que sea así... besos
Eliminar