Tu risa me conmovía, sabía que era tan falsa como las palabras que ibas pronunciando al despedirte. Bueno en realidad no era una despedida... había estado entre tus brazos minutos antes, me habías hecho la mujer más feliz del mundo transportándome más allá de mi propio cuerpo, enredándome en el tuyo, haciendo que perdiéramos la noción del tiempo, del espacio, del universo. Nos habíamos enredado en caricias diminutas, en sonrisas y gemidos acompasados, en risas que rompieron la madrugada.
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| Foto realizada por la autora, El Roque, en Gran Canaria |
Mientras cualquiera podía escuchar con cada caricia, y cada suspiro, el plañir de nuestros latidos... y si en verdad se trata de una despedida, esa campana que suena, quizá toca a muerte... o quizá son palabras vacías.
Dices que me vaya, que me vaya de tu vida, me preguntas qué hago aquí todavía…pero agarras mis caderas y te hundes en ellas, te aferras con fuerza al vaivén del frenético juego de la entrega absoluta. Entonces las almas se fugan, se sumergen, gimen y se delatan en profunda rebeldía.
Y mientras tu cara perlada sonreía… y es tu risa, mi energía, la que me da fuerzas para seguir creyendo que a pesar de nuestras diferencias, de estas locas discusiones que a veces nos sacan de quicio, a pesar de ello, nos amamos todavía. Y el amor puede con todo, incluso romper con risas, risas cómplices que mantenemos en nuestros labios y nos acompañarán al comenzar de nuevo el día.©