Aquel verano no tenía que recuperar las matemáticas, ni la física y química. Aquel verano por primera vez desde que empezara el bachiller podría tener un verano libre y me propuse leer todo cuanto pudiera. Largas tardes con los amigos, noches de partidas al envite, al cinquillo… poemas a la luz de la luna, confesiones de adolescentes enamorados, canciones protesta alrededor de las guitarras… él era hijo y nieto de pescador, pero soñaba con ser escritor. Entonces mi pasión crecía en silencio, intercambiamos libros, me descubrió a Alfredo Bryce Echenique, a Günter Grass… yo le leía a Virginia Woolf, a Alfonsina y el mar… me perdí en azul de sus ojos, en el humo de nuestros cigarros … y hasta un día me invitaron a ir a faenar con ellos. Salimos antes de salir el sol, con la brisa dándonos en la cara y haciéndome la dura por no vomitar con el oleaje, mareada como un piojo en una discoteca, pero firme por conquistar su corazón. Después de sacar el chinchorro nos escapamos por las casas de los pescadores, me llevaba en volandas de la mano y me decía que algún día esas casas baratas y humildes serían tan codiciadas como un chalet a orilla de playa. Yo me reía, no imaginaba que tenía razón, ni que años más tarde los alquileres estuvieran por las nubes. Hoy he vuelto. Este verano he vuelto a Agaete. Han pasado más de 30 años, nunca más volví a verle después de aquel verano. Pero seguí sus pasos, he leído todos sus libros. Y este último que lleva en la portada la imagen trasera de una de esas casitas, recordé aquellos besos, aquellos cuerpos dorados… la busqué, busqué desesperada esa imagen el azul y el blanco, la arena bajo nuestros pies, la mesa hecha de carrete, las sillas de plástico, las macetas que desprendían la humedad necesaria para soportar el calor…
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Manuel M. Almeida, derecho reservados. |
No lo encontré, él vive ahora en Marruecos, es el director del Instituto Cervantes. Sus sobrinos siguen faenando y las casas, las casas me parecen ahora todas iguales, todas tienen mis recuerdos enredados en los tejados. Las olas se llevaron aquellos sueños y él encontró su paraíso, su sillón otomano desde el que escribir… y en este libro, en este libro, habla de mí.
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