jueves, 26 de noviembre de 2020

Rojo fundido en negro

Aquella quella mañana iba llena de ilusiones a empezar una nueva vida.  Por primera vez desde que llegó de su país iba a tener una oportunidad de trabajar. Había hecho un curso de hostelería y la habían llamado de donde hizo las prácticas para hacerle un contrato temporal. La perspectiva era que si todo iba bien podría quedarse en el  restaurante más tiempo del previsto.  Había quedado en la asesoría a firmar el contrato. Estaban todos tan felices en casa: Elena iba a traer un sueldo. Salió temprano bien arreglada, con la felicidad en la cara, cogió la guagua, se bajó según las indicaciones e iba flotando con la mirada puesta en el futuro. Quedaban atrás los días malos, los días de hambre, de apuro. Aquellos días de malos tratos. Aquella mala elección. Por fin sería libre. Tendría un sueldo, un trabajo. No lo vio venir. No sintió apenas el dolor del hierro lacerando su piel. No sintió brotar la sangre. No oyó los gritos, no sintió frío ni vio aquellas caras que la socorrían. No notó el puño que el enfermero metía en su estómago para taponar su agonía. No podía respirar, solo se decía a sí misma que era un sueño. En unos minutos firmaría el contrato de su vida. Aquello no era la firma matrimonial que él le pedía, no podía ser que ganara siempre el destino. La ambulancia no llegó a tiempo, la familia no pudo celebrar con arepas ese gran día. El rojo se fundió en negro y quedó la huella en el asfalto al pie de las escaleras, frente a la asesoría


No hay comentarios:

Publicar un comentario