viernes, 21 de marzo de 2014

Más de nueve meses



Ana tuvo que esperar más de nueve meses para abrazar a su hija. Un corazón latiendo en alguna parte del universo, unos brazos deseosos de refugio y calor. No podía con los nervios de ser madre primeriza, acompañados por el vértigo de saberse madre soltera a pesar de saber que contaba con el apoyo silente de sus padres. Esos abuelos que ya estaban preparándolo todo para la niña, soñando despiertos con nuevos cumpleaños, Navidades llenas de risas y alegrías, de actos en el colegio, de esperas y aplausos en las actividades extraescolares… ya se les caía la baba pensando en cuándo aprendiera a llamarlos abuelo y abuela…
Ella lo tenía claro, a pesar de que es uno de los consejos que dan para poder obtener la idoneidad, mantener el nombre de origen de los adoptantes, no quería cambiarle su mundo, lo que quería era ofrecerle otro muy distinto.
Nueve días en la India (más de nueve meses de espera) dieron para una bitácora corta pero que con el tiempo puede transformarse en el diario de Ana, quién sabe si algún día se atreva a narrar con pelos y señales lo que vivió.
Lo que puedo destacar es que llegó a Bhubaneshwar, Orissa, lugar donde estaba el orfanato de la niña, su hija, a la que por fin podría abrazar y llevarse a casa. Dicen que Orissa es el estado más pobre de la India, pero para ellas el paraíso. Con casi 40 grados a la sombra y un 99% de humedad, palmeras cocoteras por todos lados, “gente encantadora”… Ana se hospedó con los amigos que la acompañaron en el hotel que aconsejó el director de la adopción: el Mayfair, de 5 estrellas de luxe, el mejor del estado de Orissa y que les costó 35 euros por cabeza.
El orfanato era un lujo de lugar, tras la miseria que habían ido dejando atrás durante esos días de periplo. Unos cien niños y niñas desde los 0 a los 18 años, cuidados, educados, felices… y entre ellos, su hija Gungun. Los amigos describieron el momento como algo emocionante: “nos encontramos a una niña fuera de serie, calladita, educada, sonriente y hermosa criatura que recibió a su madre en un sari precioso de color turquesa con pedrería y un ramo de flores. Ambas vestían casualmente el mismo color y las dos fantásticas. Al final lloramos todos”.
La casualidad quiso que ese día madre e hija se vistieran de igual color, el color que según consideran algunos antropólogos pudo jugar un papel simbólico en las ceremonias relacionadas con Chaac el dios de la lluvia, al representar al agua en la cultura Maya. Quizá el cielo y los dioses hicieron de ese encuentro un augurio personal, el nacimiento de una niña nueva, de una niña que ha traído a su madre lo mejor que le ha dado la vida. No ha sido fácil, la convivencia siempre entraña dificultades, pero ella se ganó a sus abuelos, tíos, primos y demás miembros de la enorme familia materna. Gungun es una más… pero Ana siempre se preguntará por qué tuvo que esperar más de nueve meses para abrazar a su pequeña.

PD: Gracias a Ana Garallo, prima querida, por compartir parte de sus vivencias y formar parte activa de este mi-su relato.

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