viernes, 3 de febrero de 2017

A la mierda Shakespeare, con perdón

Con tanto cambio horario se hicieron un lío... y ahora a las 3 de la mañana sus ojos estaban completamente despiertos. Él salió a la terraza a fumar y miraba el cielo dubitativo, cuando ella se acercó silenciosa y le abrazó desde atrás. Apoyó su cabeza en su espalda mientras se enredaba en su pelo revuelto por el ligero viento. Sus pechos incrustados en la varonil espalda, calientes y libres... y una vez frente a sí la besó, temblaba perceptiblemente. Susurró su nombre y mordió suave el lóbulo de su oreja... "¿porque tiemblas corazón?"... “Tiemblo de miedo”, respondió ella… pero ya no hubo palabras más que hechos… sus bocas jugaron, el debió agarrarla fuerte para no caer. La emoción, el terror a tenerlo y perderlo le podían vencer, pero fue su boca la que conquistó su cuerpo, la que despojó lentamente el camisón azul cielo de encajes elegido para la ocasión…
Tomó sus pechos, sus pezones erectos ya le esperaban hace tanto tiempo… pasó la lengua suave y contundente apretó entre sus labios ese botón que le pertenecía desde hacía tantos años. La piel de gallina, estremecida hasta el alma no pudo contener los sollozos de placer. Sus gemidos le anunciaron que estaba rendida, dispuesta, enamorada, que iba a entregarse a la batalla. El sonido del viento parecía susurrar “Entonces quemaron sus naves y se adentraron en tierras desconocidas”… la aventura se apoderó de los cuerpos, del alma y la piel… la huida, el hambre atrasada les había traído hasta aquí, ahora habría que reorganizar sus vidas, empezar de nuevo, sin retroceder, sin ceder al miedo, al vacío… lo habían hecho, desoyeron las voces de quienes les impedían amarse… A la mierda William Shakespeare, ellos querían vivir, amarse y morir abrazados de pasión y no envenenados… Ahora estaban en Argentina, lejos de Montescos y Capuletos y les importaba muy poco si se arreglaban o no.

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