miércoles, 9 de agosto de 2017

Veinte años

Manuel M. Almeida. Derechos reservados.



Los regresos siempre son más rápidos que las idas. Ella estaba segura de que volviendo podría deshacer sus pasos y curar heridas. Pero se equivocó. Ya decía Dostoievski que "es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama". Hubo de pasar varios años antes de que se atreviera a desandar caminos. No era tanta la distancia física como aquella que distaba de los seres queridos. Amigos, nostalgias, sueños, noches en vela. Horas de estudios, amores perdidos. Llantos y risas. Borracheras, fiestas, funerales, bodas... hasta bautizos... la vida entera en once años plasmados en un diario, en dos, en varios.
Es la vida la  que empuja, el camino que se abre a nuestros pies mientras vivimos. Nubes en lo alto que anuncian quizás tormentas, pero que a su vez traen vida. Agua que debe correr, anegar los barrancos, regar berrazales; puentes que cruzar, aroma de olvido y anhelos escondidos bajo los árboles que detienen la lluvia. 
Regresar, regresar, repartir abrazos, y estrujar cuerpos a moco tendido para atrapar los ayeres que traen las mejillas. Recordar a Víctor Hugo cuando advertía que procuráramos amar almas y un día las volveríamos a encontrar, que si no la muerte se lo llevaría todo. Escenarios paralizados en el tiempo, calurosos veranos tumbados en extensiones de hierba, largos inviernos de abrigo y refugio privilegiado.
Cómplices atardeceres, miedos, espectáculos varios, conciertos, cine, teatros, partidos de fútbol y baloncesto, gastronomía, recitales poéticos, exposiciones, manifestaciones multitudinarias, veladas de utópicos sueños.
¿Regresar a dónde si ya se usaron todas las tácticas defensivas, si ya se dio el silencio balsámico que todo lo inunda? Es el camino de vuelta siempre el más rápido... siempre que no hayan mediado veinte años.

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