domingo, 24 de noviembre de 2019

Gorgoteo


Deshacía las maletas mientras Norberto había ido a hablar con los guardeses de la finca y comprar algunas provisiones para esa noche. Verdaderamente era un paraje tranquilo, justo lo que necesitaba después de un divorcio tan estresante. Norberto había estado a la altura sí señor, y encima me regalaba este largo fin de semana en una cabaña rural a las afueras de la ciudad. Nunca había estado en esta zona. La soledad y el silencio casi me asustaban, las siete de la tarde y ya caía la noche cerrada. Me dio un poco de miedo estar allí sola, pero me armé de valor y me dije que era una boba por sentir aquel escalofrío. Pero de repente oí unos gritos. No sé de dónde provenían. Me acerqué al salón, miré por la ventana y no vi a nadie. Me dirigí al baño, pues la estancia no tenía más de cincuenta metros cuadrados, y me pareció ver la figura de una mujer, pero estaba sola. Pensé que eran cosas mías, y según regresaba a la habitación la volví a ver, gritaba. Aporreaba la puerta y pedía a alguien del interior que la abriera. Me acerqué para ver quién era, de dónde había salido. No me contestaba, solo gritaba a un tal Pablo que abriera la puerta del aseo y preguntaba desesperadamente qué le pasaba a Pablito. No había respuestas, ni de la mujer, ni del tal Pablo ni de Pablito. Yo solo oía sus gritos y un gorgoteo que salía del interior. Traté de abrir la puerta y no podía, estaba cerrada. Pretendía que me explicaran quiénes eran y qué estaba pasando, pero nadie me respondía era como estar viendo la secuencia de una película. Grité más fuerte e incluso llamé a Norberto por teléfono y me preguntó qué estaba pasando y qué eran aquellos gritos. Distraída no me di cuenta que la mujer lloraba desconsolada. Había abierto la puerta del baño y vimos al hombre tratando de hacer la reanimación cardiopulmonar a un pequeño que supuse era su hijo. La policía entró en ese momento, nadie me hacía caso, yo preguntaba qué estaba pasando, qué era todo aquello. El tal Pablo al que su mujer daba puñetazos solo repetía una y otra vez, “nadie me entenderá, nadie me entenderá porque nadie tiene la mentalidad ni las creencias correctas”. 

De repente todo desapareció era como haber visto un holograma, una madre llorando, varios policías, un hombre que hacía la RCP a un niño que parecía muerto… no entendía nada. No había nadie en la casa cuando Norberto entró como una tromba asustado. Yo temblaba de miedo, apenas pude balbucear unas palabras. De repente entraron los vigilantes de seguridad de la urbanización alertados por Norberto y el escándalo que oyó dentro. No existía ninguna explicación, allí no había nadie más que nosotros, yo estaba aterrada y solo pensaba en regresar a casa. Nadie pudo convencerme de que allí no pasaba nada. Pedí que nos fuéramos sin recoger siquiera el equipaje, que ya nos lo mandarían. Durante el trayecto iba narrando a Norberto todo lo que sucedió en cuestión de minutos, o segundos, no tenía clara la noción del tiempo. Solo que oí a una madre desesperada, a un niño moribundo, la policía, un padre que gritaba no sé qué cosas de que nadie lo entendería. No habíamos entrado en la ciudad cuando nos llamó la policía, diciéndonos que debíamos volver al pueblo pues necesitaban de nuestro testimonio. “¿Testimonio de qué grité como loca?”, el agente de policía solo nos explicó que debíamos dar la vuelta. 

A la entrada del pueblo nos esperaba un coche de policía, nos indicaron que les siguiéramos hasta la comisaría. No se veía nada, hojas de árboles que se movían a nuestro paso, la luz de los focos de nuestros coches alumbraban el angosto paisaje que no conocíamos. Había entrado en el pánico más absoluto. Una agente que decía ser de la unidad psicológica trataba de tranquilizarme. También vino un médico que me hizo muchas preguntas por si necesitaba tomar un tranquilizante. Ni Norberto ni yo entendíamos nada, lo miraba como una cachorra aterrada. Aquello no podía ser cierto. Era una broma macabra: Hacía menos de dos horas que un tal Pablo había matado a su hijo de seis años. En el hospital donde fue declarado muerto determinaron que el niño tenía quemaduras de más del quince por ciento de su cuerpo incluidos los antebrazos, los codos y la cabeza. Era tan alucinante todo aquello, me preguntaba qué pintaba yo en este pueblo, a estas horas de la noche y envuelta en un parricidio que no venía a cuento. La mujer policía me explicó que tenían al detenido y que tras oír el parte de los seguritas de lo que había ocurrido en nuestra cabaña necesitaban comprender dónde estaba yo y cómo era posible que hubiera descrito lo sucedido a diez kilómetros de allí. Cada vez más incómoda les dije que no tenía ni la menor idea de todo aquello que quería irme a mi casa. Me pidieron que viera al detenido, que confirmara que era el mismo hombre que yo había visto en el baño de mi cabaña practicando la RCP al niño. Me contó que la madre estaba en el hospital bajo los efectos de calmantes, pues había sufrido la muerte de su hijo. Quise saber, quise saber más, la curiosidad me podía a pesar de lo absurdo que era todo. 

El padre, el tal Pablo había explicado en los primeros minutos del interrogatorio que la semana pasada se había dado cuenta de que el niño tenía “un demonio dentro de él”. Mientras ese jueves lo estaba bañando “vio algo malo dentro del niño y sabía que tenía que echar al demonio”. Con treinta y un años Pablo Martínez estaba acusado de asesinar a su hijo después de sostener que había metido al menor de seis años debajo del grifo de agua hirviendo entre cinco y diez minutos. Pensó que esa era la fórmula ideal para sacar lo que tenía dentro. Me pidieron que lo viera tras un espejo y les dijera si realmente era el hombre que vi. Todo ello era absurdo, en la cabaña no había pasado nada realmente, allí no hubo ningún asesinato ni nada de lo que le contaban de esa familia ¿cómo podía yo reconocer a nadie? Solo había sido fruto de su imaginación. Le dijeron que efectivamente todo era un absurdo, pero ella había visto algo. No sabían explicar cómo ni por qué. Accedí a mirar por el espejo. Quien estaba al otro lado de la habitación era Norberto, no podía creerlo… me hablaban de un tal Pablo, yo misma oí los gritos de aquella mujer. Quise darme la vuelta, pero no había nadie, ni comisaría, ni policías, ni hombre tras el opaco espejo, era yo quien estaba atrapada para siempre en aquel espejo, aquel espejo de baño.

Relato escrito para la Radio Las Palmas en la noche de Difuntos de 2019. Programa organizado sobre Literatura y terror con Asun Benítez, María Hi, Martina Villar, Luis Henríquez y Leandro Pinto.

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