Secó las lágrimas de empapaban su cara. Decidió que a partir de ese momento arrancaría todo recuerdo físico de su vida, ya tenía bastante con los que estaban anidados en el alma y que no podía borrar. Sacó las fotos, la maqueta del zeppelín, los libritos de crucigramas sin terminar, restos de ropa y zapatos, hasta el imán de perinquén que tenía en la nevera, eso sí, se dijo, “los libros que se dejó, aquí se quedan”.
Desoyó las voces que le decían que él volvería, que sólo era una mala racha y ella irónica contestaba, “sí sólo fue a por tabaco y van cinco meses”.

Cuando vio aquel drago en la enorme maceta que tenía en la terraza, le propuso que lo bajara a su casa pues tenía la ventaja de tener un pedazo de jardín. Allí tendría más espacio y lo podrían cuidar ambos. Hoy lo siguen cuidando, comparten libros, plantas, cafés, risas, y por esas casualidades del destino, comparten la vida.