domingo, 13 de enero de 2013

Primeros meses

Regresando a mis memorias de aquel año 1984, cuando Eva, la chica con la que compartí piso, amigos, carrera y un sin fin de anécdotas y yo, estábamos una noche asomadas a la ventana, a aquella ventana por la que pasaban miles de coches a diario y por las noches con frecuencia transporte pesado que sólo se permite circular de noche y que va acompañado por la policía local (que por cierto la primera vez que lo vi me dio un susto tremendo, en mi tierra nunca había visto camiones tan grandes), pues una noche a mediados de diciembre, esperábamos a mi padre que viajaba a Madrid para un Congreso, y vimos a un chico muy mono debajo de nuestra ventana. Éramos dos crías y nos pusimos a tirarle piropos y escondernos. Estaba despidiéndose de alguien en un coche y nosotras seguimos diciéndole cosas, hasta que una de las veces Eva, me empujó y no me dejó esconderme, así que me vio perfectamente y me saludó con la mano mientras cruzaba la calle y subía por Martínez Izquierdo. Aún reíamos cuando llegó mi padre. 
A la mañana siguiente, que era sábado, bajé a comprar el periódico y cuando entré en el portal me encontré al portero hablando con un chico, al que desde luego no reconocí, pero el portero me sacó de dudas “¿No conoces a este muchacho? Era tu novio de anoche”. Sentí tal vergüenza en ese momento que no podría describirlo, pero él se mostró muy simpático, se presentó y me aseguró que era el chico al que decíamos piropos por la noche. Me contó que su padre vivía en el quinto piso y que realmente miró pensando que fuera él el que le estuviera llamando cuando se encontró con nuestras bromas. 

A partir de ahí Quique, empezó a ser uno de nuestro más asiduos amigos en el apartamento. Hoy en día nadie sabe nada de él, le perdimos la pista, pero tampoco es una persona que me importe mucho, se convirtió en uno de esos seres que se aprovechan de los amigos, un vampiro que cree que pedir favores siempre tiene que dar resultados, pero claro, eso lo aprendí con el tiempo. Era diciembre y nosotras dos regresaríamos a casa por Navidad, no le veríamos hasta la noche antes de irnos que apareció en nuestro apartamento para pedirnos, cómo no, un favor. Nos pidió una la llave del portal, porque no tenía, pero sí de casa de su padre y quería traer una amiga o hacer una fiesta o algo así sin que él se enterara, ya no nos daba tiempo para que hiciera una copia y nos la devolviera, así que como teníamos dos le emplazamos para que el día 9 de enero que regresábamos a Madrid, nos la devolviera. Así fue, y como nosotras éramos unas forofas del baloncesto, sobre todo del Real Madrid, y aun no teníamos tele, nos invitó a ver el partido que daban al día siguiente (Madrid - TSSK de Moscú). Yo no sé cómo estaría Eva, pero yo estaba muy nerviosa, un chico supereducado, atento, guapo y encima tan solícito. 

Al día siguiente nos encontramos en casa de su padre para ver el partido. Cuando llevábamos un tiempo dijo “creo que voy a llamar a un amigo mío que vive aquí al lado, dos son mucho para mí”. Cuando marcó el teléfono nunca olvidaré que dijo “Alvarito, cójete el culito”. Lo demás no lo escuché, porque mi corazón dio un vuelco, el nombre de Álvaro siempre fue mi favorito (mi hijo se llama así, por ello y en honor de ese Álvaro que conocí ese 10 de enero de 1985), conocer por fin a un Álvaro de mi edad me emocionaba (en canarias no es un nombre habitual, aunque en los últimos años se ha potenciado bastante). Al principio no me cayó del todo bien, y eso es algo que le caracteriza, no entra a la primera. A lo largo de los meses siguientes nos hicimos inseparables. Quique estudiaba Derecho en un centro privado, el Cisneros, Álvaro en cambio estudiaba Farmacia en la Complutense, prácticamente frente a la nuestra de Periodismo. Pasamos veladas muy divertidas, Álvaro intentó enseñarnos a jugar al Mus, pero no había manera. Eva y yo nos dedicábamos a escribirles cartas realizadas con recortes de prensa, cartas muy divertidas y picaronas que luego leíamos juntos. A Eva le gustaba Quique, a mi me gustó Álvaro, pero él tenía novia y eso levantó una barrera de respeto, amistad y confianza entre nosotros. Salíamos de marcha a discotecas por las noches, a pasar noches enteras de juerga y ver amanecer en aquél Madrid de los 80 que sonaba la música de la década, Alaska y sus mil campanas que suenan en el corazón, en el mío suenan ahora que rememoro esos años cuando gritábamos aquello de tu ni nadie, nadie puede cambiarme... pero la vida nos cambió. Bien es cierto que digo que a Quique le perdimos la pista, era un chico muy, pero que muy complicado, debía tener problemas sexuales o algo así, porque se creía que todas caeríamos rendidas a sus pies y realmente nos acosaba. Recuerdo que tuve con él una anécdota bastante desagradable, pero no la voy a contar, se que fue el principio del fin de una amistad que nunca tuvo una base sólida, ser hijo de padres separados era algo muy complicado para él, sentía una enfermiza responsabilidad con su madre que ninguno de nosotros comprendíamos, tuvo una novia que lo quiso mucho, bueno yo le conocí dos, Macris y Begoña, de esta última nunca supe más, a Macris la vi algún tiempo, pero luego se casó y también le perdí la pista.

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