viernes, 11 de enero de 2013

Octubre del 84


Viajamos de noche a Madrid, un 4 de octubre de 1984, y la primera persona que apareció al día siguiente, fue Raúl. Raúl es uno de los hijos de unos amigos de mis padres, de esos amigos de toda la vida, y que en algunos momentos han sido más familia que nuestras propias familias. Es un poco mayor que yo, apenas llega a un año, pero  siempre nos unieron gustos por la escritura, el periodismo, el arte... más tarde nuestras ideas políticas también convergieron, aunque eso sí, cada un o en su propio estilo. Raúl llevaba varios años en Madrid, nos escribíamos y sabíamos siempre el uno del otro, pero ahora, en aquel apartamento vivimos horas inolvidables, casi inenarrables. Estudiaba magisterio y era hermano de la Salle, pero jamás le vi como el fraile que nunca fue, porque cuando cursaba segundo curso, decidió pedir un año sabático y regresó a estudiar tercero a Las Palmas, mientras se pensaba si continuar o no en la congregación religiosa. Siempre intuí que la abandonaría, siempre supe que aquello reducía su mundo, él tenía que volar en solitario, descubrir otros caminos, y así fue. Tras dar clases en una Universidad norteamericana en Washington, tener plaza como ayudante en la Universidad de Salamanca, trabaja actualmente como profesor titular da Antropología en la Uned. Pero en aquel entonces, como contaba, regresó a Madrid tras su año sabático, comenzó a dar clases de Humanidades en un colegio privado, y mientras se decidió a comenzar sus estudios de Filosofía para doctorarse posteriormente en Antropología, única forma que existía en esos años para llegar a ello. Del colegio saltó a dar clases en un Centro de Formación Profesional en Valdemoro, donde estuvo varios años mientras terminaba la carrera y planteaba su doctorado. Bueno más o menos fue así, supongo que me quedan lapsus en su currículo, pero lo que sé es que vivimos juntos muchos de aquellos años. Le ayudé a buscar un piso de alquiler cuando abandonó el convento, y lo conseguimos en mi mismo edificio, en un segundo piso.
De nuestras charlas nocturnas frente a sendos vasos de güisqui, café y decenas de cigarros (él Coronas, yo, Camel) recuerdo las anécdotas de sus veranos como misionero en Guinea Ecuatorial, iba cargado y regresaba con lo puesto y su eterna guitarra, guitarra que tantas tardes y noches amenizó nuestras veladas con amigos. En su segundo viaje se contagió de malaria, estuvo ingresado en un hospital de Madrid y no avisó a nadie hasta que superó las altas fiebres y le dieron el alta, aunque luego tardó en recuperarse de problemas hepáticos derivados de la medicación. Siempre me dijo que a pesar de la enfermedad, sus recuerdos son muy buenos “aprendí cosas muy importantes Mayte,  fue una experiensia positiva, a pesar de estar muy enfermo, no era consiente de la gravedad, no tuve miedo a morir”. Recuerdo también durante aquellas horas como yo escuchaba con tanta pasión como la que él usaba para narrar, para contarme “jamás verás una luna tan grande, ni tan bonita como la que se ve en África”. Raúl, que además es un gran compositor de letras, tiene varias canciones que hablan de África, ahora me viene el sonido de una que emulaba a la escritora Isac Denisen en Memorias de África, decía algo así “Se de una cansión que habla de África, pero sabrá África alguna cansión que hable de mi”, también recuerdo una que trataba de una niña que no quería ir a la escuela porque quería hacer un papel en una obra de teatro y no la escogieron. No puedo olvidar las canciones de amor, o la que dedicó a esas madres de la Guerra Civil española, como él denomina “las madres de rosquete y luto”. Raúl siempre ha estado a mi lado en esos años, y siempre nos hemos hecho confesiones muy personales. No puedo olvidar a Pepe, del que también hablaré más tarde y que también es el hijo de unos amigos de mis padres y común a los de Raúl, son esos amigos que tengo desde la infancia, nos conocemos hace la friolera ya de cuarenta años, fuimos vecinos algunos años cuando éramos niños, pero la amistad ha perdurado a través de la distancia, el tiempo y las circunstancias.
Cuando Raúl se vino a vivir a mi edificio de la Calle Francisco Silvela, yo compartía piso temporalmente con una chica Suiza, Claudia, de la que también hablaré. El caso es que él necesitaba buscar a alguien para compartir piso, y dimos mi teléfono de contacto y yo daba citas para visitarlo. En una de esas llamadas apareció Alexandro, un chico italiano, que estaba locamente enamorado de una madrileña llamada Susana, con la que hoy está casado y tiene tres hijos, al menos mientras escribo. Alexandro y Raúl no sólo congeniaron, sino que a ambos nos abrieron una nueva puerta hacia la amistad, hacia un nuevo grupo de personas con las que compartir una nueva etapa en nuestras vidas. De esa pandilla conservo como oro en paño a Vega y a Nieves, sin olvidar a Alex y Susana, a las hermanas de esta, Silvia y Sara, al novio de Silvia, Carlos (hoy su marido), a Óscar (Cosqui para mi, y uno de los hombres con los que pude haber compartido mi vida, pero que tampoco fue), su hermano Javier, otro Carlos, Mónica, Natalia la chica, su marido Chema, Roberto, Marta, Miguel... pero ese grupo de amigos apareció en mi vida a principios de los 90, y hasta entonces hay mucho que contar.
Se que con Raúl he vivido ocasiones que contar se me harían eternas, pero recuerdo una vez que fuimos a un pueblecito de Toledo, donde se casaba una prima suya y él era el padrino, vivimos horas intensas, en una tarde gris oscura, bien diferente a las nuestras en los días de caluroso verano en Las Palmas. Horas de charla, tabaco y alcohol, profundas reflexiones que siempre salían de nuestros corazones y que a veces nos hacían llorar. En esa ocasión yo había roto con Alberto, un hombre que marcó mucho mi vida y por el que seguía sintiendo rabia, dolor, impotencia y un algo de amor, así que asistir a una boda no era lo que más deseaba en ese momento, además nunca me han gustado realmente las bodas, pero eso es harina de otro costal. Lo que si quiero dejar claro es que Raúl ha representado y representa en mi vida la reflexión, la filosofía perdida, las vueltas de las cosas, él es pura pasión, otra cosa que ha aportado a mi personalidad y que permanecerá siempre en mi interior, porque él te habla de las cosas con pasión, hace las cosas por pasión y por pasión pierde a veces el norte que su razón le hace recuperar. Por tanto tengo de este amigo esas dos cosas, pasión y reflexión. En algún lugar leí una vez que los amigos que uno tiene no son por casualidad, que son tus amigos porque en el fondo algo se parecen a ti, y así es como me explico tener amigos tan diferentes, cada uno posee algo de lo que a veces flaqueo o me ofrece todo aquello de lo que carezco.
Recuerdo salidas nocturnas por el Madrid de los 90, en el panda de Raúl, ¡Menudas locuras!, luego terminar en mi casa o en la suya de la calle Montesa, donde se mudó un tiempo después con los hermanos Víctor y Fran, dos grancanarios que también compartieron algunos años de nuestras vidas. Allí Raúl y Víctor sacaban la guitarra y nos poníamos a cantar y seguíamos tomando copas hasta el amanecer...
Raúl siguió su camino, terminó su doctorado Cum Laude, se fue a Washington siguiendo su instinto y allí ha vivido otras aventuras vitales que cuando me cuenta me traslada a su mundo por la pasión que pone en ello. Hemos estado unos años algo perdidos, pero es normal, yo paré, hice el nido definitivo y él ha seguido volando en busca de su nido ideal, pero nos encontramos y nos volvemos a poner al día de esos momentos lejanos. Me viene también a la mente paseos por El Retiro, leyendo bajo los árboles y aprovechando los primeros rayos de sol de mayo, debo tener alguna foto en mi caja de recuerdos, lo importante de nuestras vidas, de nuestra amistad es saber que siempre queda algo por venir, siempre quedará algo nuevo que compartir... ahora con casi todos nos enredamos a través de internet y así se nos hace más corta la espera.
A lo largo de casi todos aquellos años Raúl estaba siempre cerca, fuimos juntos a alguna manifestación, al cine, a comer o cenar sin motivos que celebrar, a cafés emblemáticos por el hecho de estar allí... a la Feria del Libro, de compras, nos apuntamos juntos al carné de conducir y él lo sacó, yo sigo sin tenerlo. Le lloré cuando perdí a los hombres que creía a amar, me animó a dar pasos que sola no habría dado. Ahí está forjando aun su futuro y allí estuvo forjando el mío y ahí estará, está.

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