Viajamos de noche a Madrid, un 4 de octubre de 1984, y la
primera persona que apareció al día siguiente, fue Raúl. Raúl es uno de los
hijos de unos amigos de mis padres, de esos amigos de toda la vida, y que en
algunos momentos han sido más familia que nuestras propias familias. Es un poco
mayor que yo, apenas llega a un año, pero
siempre nos unieron gustos por la escritura, el periodismo, el arte...
más tarde nuestras ideas políticas también convergieron, aunque eso sí, cada un
o en su propio estilo. Raúl llevaba varios años en Madrid, nos escribíamos y
sabíamos siempre el uno del otro, pero ahora, en aquel apartamento vivimos
horas inolvidables, casi inenarrables. Estudiaba magisterio y era hermano de la
Salle, pero jamás le vi como el fraile que nunca fue, porque cuando cursaba
segundo curso, decidió pedir un año sabático y regresó a estudiar tercero a Las
Palmas, mientras se pensaba si continuar o no en la congregación religiosa.
Siempre intuí que la abandonaría, siempre supe que aquello reducía su mundo, él
tenía que volar en solitario, descubrir otros caminos, y así fue. Tras dar clases
en una Universidad norteamericana en Washington, tener plaza como ayudante en
la Universidad de Salamanca, trabaja actualmente como profesor titular da
Antropología en la Uned. Pero en aquel entonces, como contaba, regresó a Madrid
tras su año sabático, comenzó a dar clases de Humanidades en un colegio
privado, y mientras se decidió a comenzar sus estudios de Filosofía para
doctorarse posteriormente en Antropología, única forma que existía en esos años
para llegar a ello. Del colegio saltó a dar clases en un Centro de Formación
Profesional en Valdemoro, donde estuvo varios años mientras terminaba la
carrera y planteaba su doctorado. Bueno más o menos fue así, supongo que me
quedan lapsus en su currículo, pero lo que sé es que vivimos juntos muchos de
aquellos años. Le ayudé a buscar un piso de alquiler cuando abandonó el
convento, y lo conseguimos en mi mismo edificio, en un segundo piso.
De nuestras charlas nocturnas frente a sendos vasos de
güisqui, café y decenas de cigarros (él Coronas, yo, Camel) recuerdo las
anécdotas de sus veranos como misionero en Guinea Ecuatorial, iba cargado y
regresaba con lo puesto y su eterna guitarra, guitarra que tantas tardes y
noches amenizó nuestras veladas con amigos. En su segundo viaje se contagió de
malaria, estuvo ingresado en un hospital de Madrid y no avisó a nadie hasta que
superó las altas fiebres y le dieron el alta, aunque luego tardó en recuperarse
de problemas hepáticos derivados de la medicación. Siempre me dijo que a pesar
de la enfermedad, sus recuerdos son muy buenos “aprendí cosas muy importantes
Mayte, fue una experiensia positiva, a
pesar de estar muy enfermo, no era consiente de la gravedad, no tuve miedo a
morir”. Recuerdo
también durante aquellas horas como yo escuchaba con tanta pasión como la que
él usaba para narrar, para contarme “jamás verás una luna tan grande, ni tan bonita como la que
se ve en África”. Raúl,
que además es un gran compositor de letras, tiene varias canciones que hablan
de África, ahora me viene el sonido de una que emulaba a la escritora Isac
Denisen en Memorias de África, decía algo así “Se de una cansión que habla de África, pero sabrá
África alguna cansión que hable de mi”, también recuerdo una que trataba de una niña que no quería ir a la
escuela porque quería hacer un papel en una obra de teatro y no la escogieron.
No puedo olvidar las canciones de amor, o la que dedicó a esas madres de la
Guerra Civil española, como él denomina “las madres de rosquete y luto”.
Raúl siempre ha estado a mi lado en esos años, y siempre nos hemos hecho
confesiones muy personales. No puedo olvidar a Pepe, del que también hablaré
más tarde y que también es el hijo de unos amigos de mis padres y común a los
de Raúl, son esos amigos que tengo desde la infancia, nos conocemos hace la
friolera ya de cuarenta años, fuimos vecinos algunos años cuando éramos niños,
pero la amistad ha perdurado a través de la distancia, el tiempo y las
circunstancias.
Cuando Raúl se vino a vivir a mi edificio de la Calle
Francisco Silvela, yo compartía piso temporalmente con una chica Suiza,
Claudia, de la que también hablaré. El caso es que él necesitaba buscar a
alguien para compartir piso, y dimos mi teléfono de contacto y yo daba citas
para visitarlo. En una de esas llamadas apareció Alexandro, un chico italiano,
que estaba locamente enamorado de una madrileña llamada Susana, con la que hoy
está casado y tiene tres hijos, al menos mientras escribo. Alexandro y Raúl no
sólo congeniaron, sino que a ambos nos abrieron una nueva puerta hacia la
amistad, hacia un nuevo grupo de personas con las que compartir una nueva etapa
en nuestras vidas. De esa pandilla conservo como oro en paño a Vega y a Nieves,
sin olvidar a Alex y Susana, a las hermanas de esta, Silvia y Sara, al novio de
Silvia, Carlos (hoy su marido), a Óscar (Cosqui para mi, y uno de los hombres
con los que pude haber compartido mi vida, pero que tampoco fue), su hermano
Javier, otro Carlos, Mónica, Natalia la chica, su marido Chema, Roberto, Marta,
Miguel... pero ese grupo de amigos apareció en mi vida a principios de los 90,
y hasta entonces hay mucho que contar.
Se que con Raúl he vivido ocasiones que contar se me harían
eternas, pero recuerdo una vez que fuimos a un pueblecito de Toledo, donde se
casaba una prima suya y él era el padrino, vivimos horas intensas, en una tarde
gris oscura, bien diferente a las nuestras en los días de caluroso verano en Las
Palmas. Horas de charla, tabaco y alcohol, profundas reflexiones que siempre
salían de nuestros corazones y que a veces nos hacían llorar. En esa ocasión yo
había roto con Alberto, un hombre que marcó mucho mi vida y por el que seguía
sintiendo rabia, dolor, impotencia y un algo de amor, así que asistir a una
boda no era lo que más deseaba en ese momento, además nunca me han gustado
realmente las bodas, pero eso es harina de otro costal. Lo que si quiero dejar
claro es que Raúl ha representado y representa en mi vida la reflexión, la
filosofía perdida, las vueltas de las cosas, él es pura pasión, otra cosa que
ha aportado a mi personalidad y que permanecerá siempre en mi interior, porque
él te habla de las cosas con pasión, hace las cosas por pasión y por pasión
pierde a veces el norte que su razón le hace recuperar. Por tanto tengo de este
amigo esas dos cosas, pasión y reflexión. En algún lugar leí una vez que los
amigos que uno tiene no son por casualidad, que son tus amigos porque en el
fondo algo se parecen a ti, y así es como me explico tener amigos tan
diferentes, cada uno posee algo de lo que a veces flaqueo o me ofrece todo
aquello de lo que carezco.
Recuerdo salidas nocturnas por el Madrid de los 90, en el
panda de Raúl, ¡Menudas locuras!, luego terminar en mi casa o en la suya de la
calle Montesa, donde se mudó un tiempo después con los hermanos Víctor y Fran,
dos grancanarios que también compartieron algunos años de nuestras vidas. Allí
Raúl y Víctor sacaban la guitarra y nos poníamos a cantar y seguíamos tomando
copas hasta el amanecer...
Raúl siguió su camino, terminó su doctorado Cum Laude, se fue
a Washington siguiendo su instinto y allí ha vivido otras aventuras vitales que
cuando me cuenta me traslada a su mundo por la pasión que pone en ello. Hemos
estado unos años algo perdidos, pero es normal, yo paré, hice el nido
definitivo y él ha seguido volando en busca de su nido ideal, pero nos
encontramos y nos volvemos a poner al día de esos momentos lejanos. Me viene
también a la mente paseos por El Retiro, leyendo bajo los árboles y
aprovechando los primeros rayos de sol de mayo, debo tener alguna foto en mi
caja de recuerdos, lo importante de nuestras vidas, de nuestra amistad es saber
que siempre queda algo por venir, siempre quedará algo nuevo que compartir...
ahora con casi todos nos enredamos a través de internet y así se nos hace más
corta la espera.
A lo largo de casi todos aquellos años Raúl estaba siempre
cerca, fuimos juntos a alguna manifestación, al cine, a comer o cenar sin
motivos que celebrar, a cafés emblemáticos por el hecho de estar allí... a la
Feria del Libro, de compras, nos apuntamos juntos al carné de conducir y él lo
sacó, yo sigo sin tenerlo. Le lloré cuando perdí a los hombres que creía a
amar, me animó a dar pasos que sola no habría dado. Ahí está forjando aun su
futuro y allí estuvo forjando el mío y ahí estará, está.
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