martes, 8 de enero de 2013

Desde el tercero G


Siempre me gustó contar cosas, hablar con mis amigos a altas horas de la mañana, pero ya no lo hago. Podría justificar que estamos lejos, que yo he regresado a casa, que desde hace quince años retorné a mi Las Palmas natal dejando atrás Madrid, su bullicio, sus gentes, mi apartamento...
Mi amiga Nieves hace tiempo que me dice: “deberías escribir un libro sobre el tercero G”. Mi amigo Raúl siempre me apoyó en mi deseo de escribir, me decía “como Scherezada, cuenta historias para no dormir”, ese amigo fiel con el que compartí sueños, con el que juntos decidimos formar “la generación del 92”, y que merecerá capítulo aparte.
No sé si le interesará a mucha gente, pero lo que sí sé es que mi memoria retorna con frecuencia a aquellos años 80. Recuerdo cuando llegué para instalarme e ir a la universidad, que hacía unos días había muerto el torero Paquirri y no se hablaba de otra cosa. En el avión que me llevaba expectante a mi nuevo destino, la mayoría de pasajeros desplegaban las revistas del corazón con la noticia de su muerte y las morbosas fotos y demás parafernalias relacionadas con ese triste acontecimiento, pero que la verdad, a mi ni me iba, ni me venía, los canarios no nos lucimos por tener afición a los toros, de hecho en nuestra Comunidad están prohibidos. Recuerdo aquella entrada triunfal con las compañeras con las que iba a compartir piso, ellas no lo conocían puesto que lo habíamos alquilado mi padre y yo un mes antes. Recuerdo que sólo íbamos a ser dos, pero se nos colgó aquella loca, que estudiaba arquitectura o algo así, fue un compromiso, pero que duró bien poco porque desde que empezó a traernos tíos a casa sin avisar, compañeros de estudio y demás fauna posmoderna de la época, le dijimos que se marchara, el apartamento no era lo suficientemente amplio para las tres y sus inesperados invitados a comer, dormir, oír música a todo tren y lo que era peor a estudiar en un solo salón...(parece la canción de Sergio Dalma).

Mi facultad, ahora la echo de menos y cuando la vi en la ópera prima de Alejandro Amenábar, en Tésis, me subió la adrenalina y la nostalgia hizo mella, y eso que no viví mi facultad mas que como el lugar donde iba a escuchar clases, (a veces), donde iba a examinarme, el lugar que era mi camino a la fama, (esa que nunca he conseguido a pesar de poseer un buen currículo)... No soy como mi adorado Joaquín Sabina que en una de sus canciones afirma que “cuando me hablan del destino cambio de conversación”, para mi el destino me tenía guardadas muchas sorpresas.

Habrá muchas cosas que no escribiré, cosas que jamás contaré, porque el respeto, el silencio y las confesiones recibidas bien lo merecen, y aunque mi recuerdo a veces de las cosas también está deformado, procuraré ser lo más fiel posible a mi memoria.

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