martes, 21 de enero de 2014

Apariencias


Ernesto es un personaje oscuro, mediocre, triste… es trabajador autónomo, profesional liberal de gran prestigio en una ciudad que no es capital de provincia pero si una ciudad española importante. Tiene cinco hijos de tres mujeres diferentes. Mantiene a los cinco hijos y a las tres mujeres porque cree que es su obligación. Claro que ninguno vive con lujos ni boato, tal y como sucedió a él. Siempre tuvo la necesidad de ser reconocido ante las mujeres, que le vean como un hombre atractivo, educado, cordial, buen partido… cosa que sin duda lo es a primera vista. Pero luego esa enfermiza necesidad de sentirse querido, admirado y sobre todo que su hombría siempre esté valorada. No tiene amigas, porque en cuanto coge confianza las acosa sexualmente, tiene esa tremenda necesidad que nace desde su más tierna infancia. 
Ernesto vivió un mundo de apariencias, primogénito de un matrimonio que se rompió sin motivos, dos hermanos más, varones también, que quedaron a cargo de su madre. Bien es cierto que el padre, un alto ejecutivo financiero, jamás reparó en gastos, nunca lujos, pero les dejó una buena casa en el madrileño barrio de salamanca, pagó sus estudios en centros, incluso universidades privadas, y se buscó un apartamento pequeño, cerca de ellos para que no perdieran el contacto. Por tanto siempre estuvo ahí, pero era un padre rígido, de trajes y abrigos hechos a medida, de colores austeros, de maletín en mano. Un director de banca importante, de reconocido prestigio al que la vida matrimonial le fue mal pero mantenía las formas. Su madre no trabajaba, se quedaba en casa cuidando de sus hijos, era una mujer triste que siempre lamentaba su mala suerte. Llegó de provincias a Madrid y conoció a aquél hombre, fino, elegante, educado, era un dechado de virtudes y su familia la aceptó sin reparos en cuanto la conocieron a pesar de las grandes diferencias entre ellos. No se dio cuenta hasta pasados los años por qué quisieron y celebraron aquella boda con tanta premura. Tampoco sus hijos entendían que el padre al nacer el tercer `barón´ se sintiera satisfecho de tener prole y se apuntara a la moda del divorcio, de los primeros divorcios que se celebraban en el país tras la dictadura.

Siempre le vieron como un hombre muy refinado, pero a pesar de los amaneramientos, jamás pensaron que ese refinamiento era un secreto bien guardado. Apariencias, siempre guardando apariencias, lo que no les causó la menor sorpresa cuando, con casi sesenta años decidió volver a casarse. Era una señora de las de antes, de alta alcurnia, de familia noble, viuda con un joven hijo al que le salía el dinero por las orejas. Un hijo de casi 30 años, soltero, pegado a la madre y al que nunca se le conoció novia alguna…

Ernesto tardó un tiempo en comprender, pero comprendió que su padre no estaba enamorado de su madrastra… sino que su verdadera pareja era su hermanastro. Qué fin tan ideal… apariencias. Una madre que se sacrifica por su hijo, un padre que hace lo mismo para que los suyos jamás descubran sus tendencias sexuales. Un acuerdo bien pactado, ¿quién va a sospechar lo que se cuece puertas adentro? El servicio puede decir lo que quiera, chismorreos baratos… ellos son un matrimonio estupendo, con hijos mayores, casi de la misma edad, estupendos, profesionales de éxito…

Ernesto nunca entendió por qué desde que era adolescente necesitaba el cariño de las mujeres, necesitaba sentirse deseado, por qué tenía dudas de su virilidad… Ernesto es un hombre oscuro, mediocre, triste y solitario… pocas personas saben que vive de apariencias. Pero siempre alude a Óscar Wilde y La importancia de llamarse Ernesto.

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