Aquella rosa medio marchita nos recordó que el tiempo de ser felices llegaba a su fin. Tratamos de encender la noche, de luchar por dar claridad a la oscura desazón que se iba apoderando de nuestro espíritu. Rotos los huesos del alma, ya nada podría hacernos sonreír. Se fueron los días de vino y rosas... el ponzoñoso veneno que fue rodeando el pericardio terminó por ralentizar los latidos... no era yo el único que me ahogaba... A tu manera tampoco eras feliz. Ahora es el momento... "nunca es fácil decir adiós", dijiste varias veces... No es fácil, no, pero nos merecemos volver a soñar con rincones oscuros donde robar besos... con noches en las que sean las ganas y no los nervios las que nos impidan dormir.
Es el momento... la rosa ha perdido su color... está negra como el negro veneno que impregnó la razón. Volvamos a encender las luces, volvamos a prender la llama del amor, susurremos de nuevo palabras tiernas, adjetivos tontos cargados de risas... déjame oír ese cascabel que me enamoró o... sin mirar atrás digamos ese triste y duro adiós.
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