Deambulaba taciturno cada noche pensando en el amor que no fue, lloraba poemas en la madrugada, con los que ella se reía después.
Él decía que no era necesario ser amado para amar, pero sufría en silencio su indiferencia, su desidia y dejadez.
Mandaba plegarias a la luna y rogaba a las estrellas que se la concedieran, pero ella volaba otros cielos sin que él lo quisiera ver.
Deambulando, soñando y llorando se perdió lo mejor de su vida, perdió amigos, perdió el tiempo y a aquella mujer que deambulaba, lloraba y soñaba por él… aquella mujer que permaneció a su lado invisible, que encendía sus estrellas y apagaba la luna a su paso para que nadie se diera cuenta de su fracaso, su ridículo fracaso que nadie quería reconocer.
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