martes, 22 de noviembre de 2016

Distintas lluvias

Paraguas, paraguas de colores, de diferentes tamaños y estilos; de diferentes precios… ¿Cuántos paraguas habré perdido? Y lo que es peor aún ¿Cuántos me he encontrado que después he perdido? He dejado paraguas en la facultad, en las guaguas, en el meto, en los taxis, en los bares… en casa de amigos de amigos que organizaban fiestas; en plazas, en El Retiro, en las canchas de baloncesto cuando iba a ver jugar a los grandes… Tantos y tantos paraguas cuando vivía en Madrid… no me acostumbraba a usarlos. Pero claro, era más joven… 

Foto de Jordi Navarro, Barcelona. Derechos reservados

La lluvia no me hacía daño, la lluvia no calaba mi ropa de abrigo grueso hasta la piel como aquí que una va despavorida en zapatillas de tela y vaqueros que arrastra por las aceras. La lluvia no me importaba, la lluvia no paraba mi vida de joven estudiante despreocupada con todo resuelto. La lluvia no paraba mi vida y punto. 

Ahora las gotas me hacen daño, no sólo el físico que me cojo unas bronquitis tremendas, sino que me hacen daño en los ojos que se empañan y lloran disimuladamente… añoro aquella lluvia, añoro aquellos días y no puedo evitar pensar en mi calle de Francisco Silvela, en la Avenida Universitaria, en las aulas grises de aquella fortaleza de piedra y vidrio… en los amigos y los cafés que compartimos… en las grandes tormentas que me aterran.

Hay lluvias tan distintas, lluvias, lluvias… que llenan de paraguas las calles, lluvias que llenan el alma de lluvia y no hay paraguas que la proteja, ni techo que la ampare.


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