miércoles, 1 de noviembre de 2017

La sexadora de aves

Cuadro cedido por  Pedro Lezcano, derechos.
La sexadora de aves estira su cuello infinito, modiglianesco, un cuello que en nada recuerda el ruido de los pollos cuando son fracturados. Un camisón que cae desordenado, unas medias cansadas de estar atadas a sus ligas y que tienden a liberarse; un pecho afrontando la ley de la gravedad, una mirada expectante y un cruce de piernas que dice “aquí estoy yo y mis circunstancias, dando muerte a la vida”. Ella traviesa descansa en su taburete que ondula las formas en contraposición a las baldosas del suelo, los estampados de su minúsculo atuendo. Como en el juego del ajedrez, reina que decide la vida de sus peones. Tenues colores que irradian el espacio, animales que sufren despavoridos por las esquinas, piulares cercanos que pasarán inevitablemente por sus manos. Mientras, alguien soñará con su entrepierna reservada como gran dama a sus amantes preferidos. “Macho, hembra, macho, macho…” sueña despierta, mundana y terrenal, sin vergüenza la descarada lozana.

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