Ella llegaba tarde a
clase. Era su primer día y tímidamente pidió disculpas. Era un curso de
formación para adultos, de esos que se organizan para integrar a personas con
dificultades laborales. Llenó la sala con su belleza y timidez… unos rasgos
agitanados, unos ojos que bien maquillados brillaban mezclando el negro del eyer
line con el azul de sus ojos. Su presencia llamaba la atención, acento
extranjero poco definido, delgadez extrema pero con curvas peligrosas, en una
palabra una mujer hermosa que sobresalió nada más sentarse. Se integró
rápidamente con sus compañeros y compañeras, dinámicas de grupo para establecer
redes sociales y redes de verdad, no solo las digitales. Nadie preguntó, ella
explicó de dónde venía y cuando entabló cierta confianza a lo largo de los días, contó su secreto, aun no está operada: La
echaron desde niña de su casa, su familia la rechazó, sufrió palizas,
persecuciones y violaciones… intentos de suicidio, huida constante por diversos
países que le han abierto un mundo a los idiomas, pues los colecciona como
quién lleva tarjetas postales en su maleta. Camaleónica, bella, inquieta,
sensible, vulnerable… pero con una fortaleza que ya quisieran muchas personas.
Ser transexual en mundos cerrados es muy duro, pero si encima es tu propia familia quien te rechaza, la mochila que llevas a cuesta está cargada de dolor, tristezas, culpabilidades.
Despatologización… ¿les
suena esa palabra? … “Cada vez que voy a
buscar trabajo y me ven así, guapa, diferente, extranjera… todos piensan
que soy puta y estoy harta”.
Ella está harta, yo estoy harta… ¿tú estás harta?, ¿estás harto?
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