¿Por qué voy? Esa pregunta la
puedo responder así sin pensar: porque quiero formar parte del futuro mirando
al pasado. Así de simple. Muchas personas se preguntarán mañana al levantarse
por qué ir, por qué no aprovechar el día para estar con la familia o los amigos…
yo dejaré de asistir a un encuentro amistoso en el que se reunirán padres,
madres e hijos. Me da pena no compartir ese día de asueto, pero peor es no
tener un día especial, que todos los días sean iguales y no tener motivos para
levantarse, para arreglarse y salir a la calle a ser útil, sentirse
recompensado por el trabajo.
Soy autónoma y llevo casi cinco meses pagando las cuotas de la Seguridad
Social sin ninguna entrada económica, tirando de viejos recursos que se van
agotando y con ello mi paciencia… que no estoy parada es cierto, porque
escribo, porque estudio haciendo mil cursos de formación y porque hago
voluntariado dando esperanzas a quienes más lo necesitan. Además colaboro en
los cuidados de mi hijo, la casa y una tía mayor a la que hay que atender cada
día en domicilio tras más de un año de hospital en hospital. ¿Pero esto son mis
motivaciones personales? No del todo. Me motiva ver que mi pareja sufre cada
día en su puesto de trabajo, cuando es ahora mismo el único sustento que
tenemos, me motiva ver como mi hijo saca las mejores notas posibles, sin tener
claro cuál va a ser su futuro; me motiva ver la gente haciendo colas en la
calle en las oficinas de Empleo, la gente que hace cola al sol o intemperie
ante los centro benéficos; la gente que se suicida, sin ir más lejos ayer en
nuestra isla una madre se tiró con una bebé de dos años falleciendo en el acto,
aunque la niña salvó la vida…
Si esto no son motivaciones para
llenar las calles de las ciudades, ya no sé qué más necesitamos. Espero que
estas letras animen a quiénes tengan dudas, a quiénes ni si quiera se lo
plateen, porque aunque una pueda decir en su fuero interno ”no sirve para nada”,
pues si, si sirve, sirve para que nuestros hijos e hijas aprendan la lección,
para que quienes tengan que votar en las próximas elecciones usen la cabeza y
no el corazón, que no se piense en ideologías, sino en futuro, en quién puede
ofrecernos una mejora, una salida digna a esta situación.
Mencionaré de recuerdo aquel
Chicago de 1886, ese día que hace que la fecha del Uno de Mayo tenga
significado, pero quiero remitirme un poco más lejos, aunque no fue tan dramático,
si fue una lección de la que todas las personas deberíamos aprender.
Ocurrió en 1772, Haydn escribió
su Sinfonía número 45, la que se conoce popularmente por la Sinfonía de los
adioses. Haydn la escribió para su patrón, el príncipe Nikolaus Esterházy, y
los músicos que la interpretaban fueron casi retenidos en el palacio de verano,
donde fueron obligados a permanecer por largo período de tiempo sin ver a sus
familias. El autor pidió al príncipe que dejara volver a sus músicos a casa con
sus mujeres e hijos pero ante su negativa, los intérpretes durante el adagio
final fueron dejando de tocar uno a uno. Cada músico apagó la vela de su atril
y se marchó en orden, dejando al final sólo dos violines tocados con sordina
(tocados por el propio Haydn y el concertino, Alois Luigi Tomasini). Esterházy entendió
el mensaje y la corte regresó a casa al día siguiente.
Si lo único que nos queda para
pedir cambios en la política es salir a la calle, si sólo nos resta caminar y
caminar… hagámoslo al son de la Sinfonía de los adioses y despidamos todo lo
malo para exigir nuestros derechos laborales, nuestros derechos humanos de
vivienda, familia, trabajo, salud, y educación universales, sin distinción de
raza, edad, condición sexual…
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