lunes, 17 de junio de 2013

Sanidad privada vs sanidad pública?

Esta pasada semana mi agenda estuvo marcada por visitas médicas con mis padres, algo normal a estas edades y como dice mi amiga Estela, llega un momento en la vida que una ya solo habla de hijos o padres. Independientemente de los resultados, se me plantea la duda de qué nos espera en el terreno sanitario. Mis padres tienen la suerte de tener acceso a la medicina pública y a la privada, y no puedo hablar hoy por hoy mal de ninguna de las dos. Bueno, con excepciones: la sanidad pública es fantástica, tiene unos profesionales increíbles, un personal sanitario mínimo e indispensable, aunque no pueda decir, ni diga lo mismo del sistema administrativo, de las listas de espera para consulta o incluso de los despistes de las personas que atienden detrás de una ventanilla, que en algunos casos pueden jugarle la vida a una persona. No puedo decir lo mismo de las clínicas privadas que reservan camas para pacientes concertados derivados de la pública, sobre todo si hablamos de geriatría, que salvo alguna clara excepción, tratan a las personas mayores como animales terminales, y esto lo digo con conocimiento de causa, pues me he peleado con un par de clínicas privadas y no comprenderé jamás que no existan inspectores que controlen esto, máxime cuando el dinero sale de las arcas públicas. Es muy duro que una persona que ha cotizado toda su vida, que ha trabajado duro, en circunstancias que nosotros empezaremos a vivir o ya hemos empezado, se vea relegada a una habitación minúscula compartida con otras dos o tres personas y que se les trate de manera muy poco digna, con mayor indignación cuando se trata de un centro remodelado, moderno y que trata a sus pacientes privados como oro en paño, es la gran diferencia de llegar en una ambulancia del 112 a una privada, de llegar con un carnet de la Seguridad Social y una tarjeta de sanidad privada.
Pero lo que quería comentar hoy es que una de estas clínicas, que ha ido creciendo y abriendo diferentes sucursales por nuestra ciudad, acaba de inaugurar como quien dice un centro de traumatología que de verdad a pesar del diseño es tercermundista. 

Lo primero que me chocó al llegar es que no hay ningún espacio reservado para estacionar un coche y poder bajar a los posibles pacientes, encima te encuentras con una acera de más de diez centímetros, ni rebajada, ni con acceso para personas con movilidad reducida, y estoy hablando de un centro de traumatología, no de cualquier otra especialidad de consultas externas. Sorpresa mayor, cuando mi madre tenía cita para el quirófano, y el quirófano no se encentra en esas dependencias, sino en la clínica principal. Ello supone, aparcar en mitad de la calle parando la circulación, ayudar a una señora que apenas puede moverse y que tarda en salir del coche algo más de unos minutos, aguantar pitas, gritos, casi insultos… tener que agarrarla con todas tus fuerzas para que suba la acera que además al ser nueva es más alta por la falta de desgaste, entregas los papeles, te hacen esperar y luego te mandan a la clínica. 


No pude contener la risa cuando al llegar a la ventanilla de admisión donde me indicaron y le digo a la señorita con toda la educación del mundo y tras darle los buenos días con una gran sonrisa que esconde el nerviosismo, que intenta disimular ante una madre que lo único que quiere es de poder hacerlo, soltar el bastón y salir corriendo, me dice “¿quién te dijo que me avisarás Loli?”, a lo que yo con una carcajada viva le dije, “mira yo no sé si se llama Loli o Fefa, lo que te digo es que me han mandado de allí a aquí y mi madre está ahí sentada esperando para ir a quirófano”. La suerte es que el quirófano no era para una intervención mayor, no requería ingreso ni mucho menos, solo unas filtraciones muy dolorosas y novedosas (infiltraciones en patologías articulares y óseas en las que la terapia celular ha demostrado su efecto y cuyo cuadro médico es indiscutible), que hacen con la propia sangre del paciente y que renueva las células para evitar en la medida de lo posible que una señora de su edad, con mil patologías más, pero que son menos dolorosas tenga que sufrir una operación de envergadura con prótesis. Mi indignación no terminó ahí… vino a buscarla un celador, que de paso llevaba a otro paciente… pasillos inestables con altibajos que llevan hasta las salas preoperatorias… mi madre, su bastón, su incapacidad y yo pasillo adelante detrás de un señor que además se molesta porque no seguimos su ritmo y nos deja solas y nos grita… “sigan todo al fondo a la derecha”… y me quedo mirando las cuatro sillas de rueda que hay acumuladas en el pasillo y le digo a mi madre que no lo entiendo. Supongo que mi tono de voz, y mi cabreo fue escuchado por los médicos y sanitarios que estaban cerca, porque el trato a partir de ahí fue extraordinario, y por supuesto cuando salió la llevaron hasta la misma puerta de la calle en silla de ruedas, aunque tuvimos que volver a parar el tráfico para que subiera despacio en la medida de sus posibilidades al vehículo.

Si la sanidad privada que nos espera es así, me temo que debemos ir preparando cheques en blanco para pagar abogados, llenar líneas de quejas y quejas y hacer circular estas cosas para que a lo mejor entre todos consigamos que la atención sanitaria no dependa del color de la tarjeta, ni del color del dinero, ni del fondo de garganta que una tenga o los recursos literarios para contarlo…

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