Ayer cuando salí de la radio me
pasó algo curioso, se lo conté anoche a mi hijo, ahora te lo cuento a ti. Cuando
salimos de la radio siempre me alcanzan a casa alguno de mis compañeros ya que
está en el Sebadal, zona industrial y que es un coñazo para bajar si no
conduces como yo. Tony siempre me deja al principio de las ramblas de Mesa y
López, frente a la Base Naval, pegado al
Club Náutico y la Playa de Las Alcaravaneras. Bueno, mi casa queda justo en el
sentido contrario, ramblas hacía arriba. Ya sabes que es zona comercial con el
Corte Inglés a ambos lados de la calle y miles de comercios más. Es una zona de
paso para quiénes van de compras y de privilegio para quienes vivimos aunque yo
pertenezco a otro barrio, al de Guanarteme y no a Santa Catalina. Pues bueno,
llegando casi a Plaza de España, donde están esas horrorosas estatuas, ( me
perdone su escultor) y dado que mi casa
sigue para arriba, me encontré con una señora que se dirigió a mí que iba distraída...
El
caso es que al pararme le respondí amablemente y ni siquiera me di cuenta que
según ella le sonreí y me dijo “esa sonrisa es el mejor regalo que me han hecho
en todo el día porque la gente a la que intento hablar me trata como un
monstruo y no me escucha”. Entonces me di cuenta que tenía un brazo pequeñito,
e iba vestida un poco rara. Le pregunté qué que quería y me respondió que con
mi sonrisa le había dado todo. Se puso a hablarme y contarme su vida, era de
Madrid pero llevaba muchos años aquí viviendo con una hija con la que se enfadó
y la echó de casa, estaba durmiendo en la calle y una amiga le había dicho que
se fuera a su casa en Gáldar (al norte de la isla) pero no tenía dinero para
coger la guagua. Yo miré en mi maxibolso porque suelo llevar un monedero con
monedas pero basta que una lo necesite para que no aparezca, entre la agenda,
los bolis, la cartera, las libretas, las llaves, el pañuelo del cuello… en fin
que no aparecía y me dijo que no importaba que no pudiera ayudarla porque con
haberla escuchado y atendido fue suficiente. Me preguntó que de dónde era y le respondí
que de aquí, me hizo gracia porque me dijo que tenía una voz muy bonita y que
podría ser locutora de tele o radio… Le dije que viví algunos años en Madrid y
me contó que ella vivía en Juan Bravo… esas cosas de la vida… el caso es que
mientras hablábamos encontré el monedero y le dejé 3 euros para la guagua
(cuesta 2,50). Me dio la mano y se puso tan feliz, que la verdad es que si me
estaba mintiendo me importó un pito, me deseó mucha suerte y que no perdiera
nunca mi bondad. Yo también le deseé suerte, porque seguramente la necesitaría
más que yo. Seguí de camino a casa y volví a mis pensamientos y me dio por
pensar que se parecía a la típica ancianita de los cuentos, esa que es un hada
disfrazada y se pone en el camino a pedir ayuda y ver quién la socorre de
verdad y luego le premia. Ya ves qué cosas piensa una, irónicas y absurdas,
como si por el mero hecho de desear algo a una se le conceda.
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