miércoles, 21 de agosto de 2013

¿Basado en un hecho real?

Ayer cuando salí de la radio me pasó algo curioso, se lo conté anoche a mi hijo, ahora te lo cuento a ti. Cuando salimos de la radio siempre me alcanzan a casa alguno de mis compañeros ya que está en el Sebadal, zona industrial y que es un coñazo para bajar si no conduces como yo. Tony siempre me deja al principio de las ramblas de Mesa y López,  frente a la Base Naval, pegado al Club Náutico y la Playa de Las Alcaravaneras. Bueno, mi casa queda justo en el sentido contrario, ramblas hacía arriba. Ya sabes que es zona comercial con el Corte Inglés a ambos lados de la calle y miles de comercios más. Es una zona de paso para quiénes van de compras y de privilegio para quienes vivimos aunque yo pertenezco a otro barrio, al de Guanarteme y no a Santa Catalina. Pues bueno, llegando casi a Plaza de España, donde están esas horrorosas estatuas, ( me perdone su escultor)  y dado que mi casa sigue para arriba, me encontré con una señora que se dirigió a mí que iba distraída...
El caso es que al pararme le respondí amablemente y ni siquiera me di cuenta que según ella le sonreí y me dijo “esa sonrisa es el mejor regalo que me han hecho en todo el día porque la gente a la que intento hablar me trata como un monstruo y no me escucha”. Entonces me di cuenta que tenía un brazo pequeñito, e iba vestida un poco rara. Le pregunté qué que quería y me respondió que con mi sonrisa le había dado todo. Se puso a hablarme y contarme su vida, era de Madrid pero llevaba muchos años aquí viviendo con una hija con la que se enfadó y la echó de casa, estaba durmiendo en la calle y una amiga le había dicho que se fuera a su casa en Gáldar (al norte de la isla) pero no tenía dinero para coger la guagua. Yo miré en mi maxibolso porque suelo llevar un monedero con monedas pero basta que una lo necesite para que no aparezca, entre la agenda, los bolis, la cartera, las libretas, las llaves, el pañuelo del cuello… en fin que no aparecía y me dijo que no importaba que no pudiera ayudarla porque con haberla escuchado y atendido fue suficiente. Me preguntó que de dónde era y le respondí que de aquí, me hizo gracia porque me dijo que tenía una voz muy bonita y que podría ser locutora de tele o radio… Le dije que viví algunos años en Madrid y me contó que ella vivía en Juan Bravo… esas cosas de la vida… el caso es que mientras hablábamos encontré el monedero y le dejé 3 euros para la guagua (cuesta 2,50). Me dio la mano y se puso tan feliz, que la verdad es que si me estaba mintiendo me importó un pito, me deseó mucha suerte y que no perdiera nunca mi bondad. Yo también le deseé suerte, porque seguramente la necesitaría más que yo. Seguí de camino a casa y volví a mis pensamientos y me dio por pensar que se parecía a la típica ancianita de los cuentos, esa que es un hada disfrazada y se pone en el camino a pedir ayuda y ver quién la socorre de verdad y luego le premia. Ya ves qué cosas piensa una, irónicas y absurdas, como si por el mero hecho de desear algo a una se le conceda. 

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