lunes, 26 de agosto de 2013

La fregona

¿Quién me lo iba a decir a mí? ¿Cómo es posible que esté aquí y vestida además con esta bata blanca? Te reirías de mi ahora, Andrecito, tu que siempre andabas con tu cara medio barbada cuando preparábamos los exámenes y decías que yo sería la mejor de la clase, la más suertuda. Claro que es verdad que llevo un bata blanca, pero no para andar por el clínico, no. Ahora trabajo aquí en este comercio de electrodomésticos y me denominan “chica de la limpieza”.
Nadie lo esperaba y ni siquiera lo habíamos mencionado pero nuestra marcha no ha sido como debía haber sido. Soy egoísta porque quiero plantearle a papá que quiero volver a Caracas, y no sé cómo decirle que quiero volver a mi vida, mi trabajo, a ti... todo lo que dejé atrás para seguirle hasta Canarias. Estoy atrapada en una nostalgia dulzona y consistente, esto no me gusta. Perdí mi visa de turista a los tres meses y me vi de repente de la noche a la mañana como persona “irregular”. Ya sé que papá es español, que nació aquí y que se fue allá en busca de una vida mejor... pero yo no pedí que me trajera... dice que la familia debe estar junta, ¿pero acaso no dejo él aquí a sus padres y hermanos? ¿Esos hermanos que ahora no le conocen, que no le han brindado ni siquiera una mano para recomenzar su vida?.
Yo quiero recuperar la mía, quiero poder ejercer mi carrera, que además no existe en este país y jamás me la van a homologar. Quiero trabajar en el clínico, quiero estar con ustedes mis lindos amigos. Quiero ejercer mi derecho a equivocarme, mi derecho a elegir mi destino. Ya no soy aquella de cuando nos vinimos, alegre y con la esperanza de encontrar nuevos amigos, nuevas aventuras que vivir. He cambiado mucho. Claro, esto no nos preocupó mayor cosa, porque todos hemos cambiado, unos más que otros, pero he cambiado tanto. Mamá dice que ando medio embobada todo el día, pero es que esta sí que es una vaina grandísima. Tengo 21 años y no puedo respirar. Me dirás que ponga en práctica los ejercicios que nos enseñaron en la escuela para controlar la respiración, pero maldita la gana que tengo de poner en prácticas conmigo misma lo estudiado... quiero atender viejitos, quiero correr por los pasillos del clínico y cansarme de hacer electros... quiero volver contigo Andrés... Soy inmigrante pero a la vez soy española, dicen que tengo mucha suerte, que no puedo quejarme porque he venido por avión como una turista y no como esos pobres que llegan en patera o cayuco y se juegan la vida en el mar... pero tengo el síndrome, ese síndrome de Ulises del que tanto se habla. Tengo mis duelos malditos, mis ausencias, tengo ganas de morir si no me arranco esta bata blanca y vuelo hacía casa. Mi acento no es el acento insular, mi cultura no es la española, no soy nada, no soy nada, una simple fregona.
Chavista hasta la muerte, se asfixiaba lejos de su tierra, así que cogió fuerzas, se enfrentó a sus padres y decidió marcharse de nuevo a su Caracas natal. El tiempo que pasó en canarias tras su obligado viaje, no le fue del todo mal, pero cuando reunió el dinero para poder volver... su cara cambió de color. 
Ante ella ahora asoma un nuevo reto: vivir sola, lejos de sus padres, con casi 22 años, y habiendo estado un año lejos de su hogar. A su regreso tuvo que limpiar la casa paterna hasta los rincones más insospechados, una casa cerrada tanto tiempo... sacudió el polvo y los fantasmas que aparecen de vez en cuando en forma de película que le recuerdan tiempos mejores.
Cuenta cómo ha encontrado cambiada la ciudad, cómo al ver las chabolas le parecen ahora más feas que nunca, más tristes de cuándo se marchó… algo del capitalismo vivido se ha quedado dentro de ella y lucha, y llora en silencio echando de menos a sus padres, y los amigos que dejó atrás, con los que sigue en contacto gracias a los ciber e Internet.


Fue una niña feliz, estudió en los mejores colegios, llegó a la universidad y se licenció con honores, pero justo en ese tiempo las cosas se fueron poniendo difíciles para la familia y fue cuando su padre decidió retornar a su país de origen, a España, y dejar atrás todo, una vida en Venezuela.
Ella no quería marcharse, se sentía identificada con su país, el único que conoció desde que nació por mucho que le hablaran de Canarias, de las isas, malagueñas, la playa de Las Canteras, las papas arrugás... ella vivía en la sucursal del cielo, como dicen de Caracas.
Pero se vio obligada a venir y vino, y probó las papas y pateó la playa de Las Canteras, oyó folclore canario, comió plátanos, queso, embutidos... todo aquello en su país ahora es un lujo, y que aquí llenaba su nevera... dice que se cogió 20 kilos, y lo justifica con la ansiedad de su deseo constante de retorno y la variedad de quesos y comida en general a la que tenía acceso. Conoció gente muy buena, hizo amigos... e incluso vivió un infarto de su padre, el ingreso en el hospital, la operación, su recuperación tras el implante de stent... acá sus padres viven en un barrio muy popular, y recuerda casi emocionada como al enfermar su padre todos los vecinos (la mayoría emigrantes retornados o inmigrantes latinos), le tocaban en la puerta y le preguntaban por su padre y le daban dinero... ella no entendía y le explicaron que para esos están los vecinos, para eso se tienen unos a otros, “hoy por ti y mañana por mí”, le decía una vecina.
La reciente enfermedad de su padre, la negativa de su madre a admitir que ella quisiera marcharse le taladraban su propio corazón, pero sabía que su destino estaba en Caracas, en su pueblo, luchando por y para su gente.
Readaptación, cuando vino para acá y readaptación ahora que está allá... 
Pero ha conseguido trabajo, como ella misma indica “Terapia respiratoria, que se divide en terapia intra hospitalaria y care home”. Trabaja en el servicio de emergencias del hospital Pérez Carreño, y realiza cosas propias de su profesión, de sus estudios universitarios, de esos que en España jamás podría realizar. Cosas que sólo el personal sanitario podría entender, pero muestra su pasión al afirmar que: “en cuanto a las otras cosillas me refiero a que si de repente llega un paciente y necesita un marcapasos externo o temporal estoy en la capacidad de programarlo, o si están colocando los electrodos del temporal según las curvas de presión puedo indicar el lugar en el que se encuentra el electrodo y luego midiendo los potenciales eléctricos le indico al médico si es un lugar adecuado o no para implantar el electrodo; bueno también estoy super pendiente de los electros de los pacientes porque de ello depende si se realiza una rcp, se coloca un marcapasos o simplemente se controla con medicamentos, en fin que soy la mano derecha del adjunto de guardia y entre nosotros nos pagamos y nos damos el vuelto, también es mi deber dar mantenimiento de primer orden a los equipos que utilizo.”
Ella está allá, con el corazón aquí, su testimonio sirve como referencia de lo que ocurre en el otro lado, el sentimiento de las personas que emigran pero que no pueden desarrollarse fuera de sus países y deciden valientemente volver, dejando a su familia, padres, en el lugar emigrado.

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