Cada gota de lluvia ayuda a que nazca una nueva
flor, cada lágrima derramada nos hace florecer el alma…
Me pregunto por qué cuando uno tiene un problema o
lo está pasando mal, cuando te ha dejado tu pareja, te han echado del trabajo,
te han arrebatado a tus hijos, se te ha muerto un ser querido te dicen… verás
que mañana estarás mejor. Yo no quiero estar mejor mañana, quiero estarlo hoy.
Nunca fui buen estratega, jamás me planteé objetivos
claros. Tenía poco más de 20 años cuando me convertí en uno de los vendedores
más jóvenes de España, tenía a mi cargo un importante número de comerciales y
nos movíamos por toda la geografía. Dos trajes en invierno y tres en verano que
combinaba con corbatas de diferente color, eran mi atuendo laboral. Me gusta
mucho el color blanco y en verano suelo usarlo bastante así que mis amigos me
llaman desde siempre `el merengue´. A ello le unimos mi adicción al polvo
blanco, a lo que llamamos en el argot farlopa, por tanto con mayor razón … pero
llegó un día en que comprendí que todo cuanto ganaba lo gastaba en drogas y
pensé que era absurdo vivir así. Pensaba siempre que podría dejarlo cuando
quisiera, de hecho insistía “lo dejare mañana”.
En una de esas juergas nocturnas en no sé qué ciudad, me cogí un pedo
tan fuerte que tuve miedo de no volver ileso al hotel donde me alojaba. Regresé
a casa como pude y dejé el trabajo, me despedí de la noche a la mañana, no me
importaba el dinero, no quería ser nominado como mejor trabajador del año ni
nada de eso. Compré provisiones para dos semanas y me encerré en mi casa sin
decir nada a nadie. No cogía el teléfono, no abrí la puerta y pasé el mono de
la peor manera posible. Me apunté en un gimnasio y me machacaba varias horas al
día haciendo ejercicio y comiendo frutos secos para mitigar la ansiedad. No
pedí ayuda, salí solo de aquel mundo en el que me había metido, porque nadie me
empujó a entrar en él. En una de mis alucinaciones me vi paseando en pelotas
por el alféizar de un lujoso hotel, colocado, sin conciencia de lo que hacía…
en la calle todos me pedían que no me tirara, me gritaban que volviera dentro,
que bajara de allí… me reía de todos ellos porque se creían que quería
suicidarme, y ni mucho menos, yo estaba luchando por vivir, por salir de aquel
abismo, de aquel círculo vicioso. Y entre la multitud distinguí el rostro de
una mujer, pero sabía que nada de aquello era real.
Pasó el tiempo y me buscaba la vida como podía. Era
bien parecido, alto, fuerte y bastante sano después de metabolizar las drogas y
limpiarme del todo. Me apunté en varias agencias de modelos, pero no para
trabajar en ello, sino como figurante para películas, el cine siempre me llamó
la atención, pero nunca tuve alma de actor.
En uno de los rodajes, la vi… aquella era la mujer
que había visto en mis alucinaciones, porque tras mi paseo por el filo de la
muerte tuve más visiones, más alucinaciones donde aparecía la misma mujer y era
ella… estaba allí delante de mis narices. Hice lo indecible por acercarme, y
durante las horas y los días que duró el rodaje de aquella película que ni
recuerdo cómo se llamaba, entablamos cierta amistad.
Le conté mi vida en un abrir y cerrar de ojos, sin
ocultarle nada. Desplegué todos mis encantos de vendedor para vender la mejor
mercancía de mi vida: yo mismo. Ella parecía lanzar algunas señales, parecía
como si existiera un lazo oculto, una atracción irrefrenable y antes de
finalizar las sesiones de rodaje intercambiamos nuestros teléfonos.
Ella adoraba el cine, había terminado allí convencida por una
amiga. Cursaba el último año de Psicología y su intención era dedicarse a la
investigación. Me enamoró locamente y pensé que quizá teniendo una
psicóloga en mi vida, preparada para
reconducir el camino de las personas perdidas, jamás volvería a caer en el
mundo de las drogas. Nos despedimos con prisas y le dije “te llamo mañana”. En
cuanto desapareció de mi vista sentí una punzada, y me dije… ¿Por qué mañana? Y
descolgué el móvil.
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