domingo, 6 de noviembre de 2016

Extraordinaria mala suerte

La vida nos sigue sorprendiendo cuando menos lo esperamos. En verano de 1991, cuando vivía en el Tercero G, en Madrid,  trabajaba para una agencia de comunicación, System Press. A mediados de julio me enviaron a cubrir unas jornadas de la Universidad de Verano de la Universidad Complutense, que se celebra todos los años en El Escorial. Me asignaron a una fotógrafo maravillosa de origen colombiano, Mafo Plata, y ambas nos situamos en la zona de prensa, donde coincidí con muchos compañeros con los que seguro habré topado en muchos sitios después, pero no llegué a intimar con nadie. 

De entre esos compañeros recuerdo que había un chico que no paraba de fumar y hablaba por los codos. Mafo me lo presentó, pero no recuerdo su nombre, sólo sé que me dijo que estuvo en el año 85 en Colombia cuando la tragedia de Armero, y vivió lo de aquella niña llamada Omayra Sánchez que quedó atrapada y que estuvo casi tres días agonizando con su cuerpo atrapado entre los materiales expulsados por el volcán. Para quienes vivieron esa escena fue un golpe muy duro, les ha costado superarlo, precisamente porque la niña les hablaba con palabras tranquilizadoras, animando a los periodistas y hablando con ellos. Para él no fue diferente andaba medio trastornado. Creo que esas imágenes están en la memoria colectiva de todos. Frank Fournier fue el fotógrafo francés que hizo la excelente foto de Omayra que dio la vuelta al mundo y que fue galardonado con el World Press Photo. 

Anécdotas a parte, cuando llegó la hora de la comida, Mafo me explicó que nos daban vales para comer y que teníamos un apartado especial para prensa en los comedores, fuimos a por los nuestros, con tan mala suerte que no había sitio para mí. Estaban todas las mesas llenas, Mafo se sentó con los colegas con los que nunca legué a intimar y una azafata de la organización me preguntó si no me importaba sentarme con los ponentes, a lo que accedí gustosamente, aunque un poco desolada.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando me sentaron frente a la sexóloga Elena Ochoa, que entonces mantenía una relación con el escritor Luis Racionero, y Raymond Carr historiador y profesor de la Universidad de Oxford. La mesa estaba casi vacía por nuestro lado, estábamos casi en la esquina y cuando de repente aparece Alberti con su mujer, María Asunción Mateo - la que hoy ha resquebrajado toda la fortuna del autor- y Delibes, que se sentó a mi izquierda. Alberti presidía la mesa y su mujer a su izquierda al lado de Elena Ochoa.
En esa época los teléfonos móviles estaban al alcance de muy pocos, reservados casi exclusivamente para ejecutivos o funcionarios gubernamentales. Los periodistas nos movíamos con busca personas, el beeper que era molesto porque los tenías que llevar muy cerca para poder oírlo y leer los mensajes, los nuestros ya permitían recibir mensajes de texto.

Cuándo me preguntaron que qué ponencia daba yo, y les expliqué lo que me pasó, y que era periodista, se miraron un poco desconfiados, menos Alberti y Delibes, a ellos poco les pareció importarles. Yo puse mi beeper y mi grabadora encima y les dije "es la hora de la comida, ahora no estoy trabajando, no reproduciré jamás nada de lo que se hable en esta mesa". Fue una comida maravillosa, se me hizo tan corta... todos mis compañeros luego querían sonsacarme cosas, incluso la redactora jefe cuando se enteró quería que hiciera una crónica, pero me negué a hacerla- el principio del fin, jajajaja sólo llegué al mes de agosto aunque fue una época increíble, a veces me iba de juerga con mis amigos y a las 05.00 de la mañana metabolizando alcohol me ponía a redactar y leerles los textos sentados en mi sofá, locuras de juventud-.

El caso es que fue muy divertido, yo además conocía a una niña que había hecho medicina y que su padre era amigo de Delibes, cazaban juntos, lo que nos dio pie para hablar y contar algunas anécdotas de caza.  Rafael Alberti tenía entonces unos 88 años, había estado escuchándolo por la mañana en su participación en el homenaje que la universidad hizo a Miguel Delibes, que era para lo que lo invitaron. También estuvo Rosa Chacel en la charla, pero ella no vino a la comida. Me reí mucho porque Alberti tenía un gran sentido del humor, y hablaron de aventuras de caza a las que se unió el historiador británico que decía que el cazaba zorros a caballo.

Ojalá en esa época hubiera tenido la soltura que tengo hoy día, sí mi risa, mi comportamiento agradable, pero no vivía, ni bebía la literatura como hoy día. Sólo fue una aventura más en mi vida, pero algo que no he olvidado, ni olvidaré jamás.  Sólo puedo decir que tuve una gran y extraordinaria mala suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario